miércoles, 14 de enero de 2015

Comunes y locos

Te dejo crecer.
Me volvés a sonreír.
Te dejo pensar.
Me volvés a abofetear.

Reiteradas tardes de enojos, y abrazos esponjosos.
Si no nos matamos, no sirve. Y si nos disfrutamos, es aburrido.
Plasmemos todas nuestras ideas en estos papeles. Que crecer sea juntos, si total nunca miramos ese boceto.
Si nos volvemos a escribir, lo vamos a olvidar.
Si corremos de la mano, lo guardás para contar.
Existimos así: comunes y locos.

jueves, 22 de mayo de 2014

¿Por qué iba a decirle que no?

Me llevabas a esos campos oscuros. Adorabas la belleza de las estrellas, mientras yo pensaba en los problemas.
Todo se sentía perfecto de tu parte, pese a que costaba resistir esa barra de hierro imaginaria en mis brazos. Siempre escondida para que no las vieras.
Nunca me gustó mentir, pero debía sostener tu sonrisa a cualquier costo. Era, para mí, la columna vertebral de una historia que la vivía una sola parte.
Perdón por ser tan incoherente, solitario, frío, serio. Pero sin eso, no había manera de despertar tu ingenuidad, tus verdades, cariños, lágrimas y bondad.
- Amor, ¿te veo hoy?
- No
- ¡Dale!
¿Por qué iba a decirle que no?

miércoles, 30 de octubre de 2013

Tardes a escondidas



Besos forzados, mimos que no llegan. Vos y tu carita, un mundo aparte. Imposible de entender y no querer. Caricias cotidianas monopólicas, pero ante la espera no hay respuesta. Y así, se va haciendo cada vez más difícil. Remar y remar en contra de esa corriente de agua salada, nada dulce.
Críticas, pedidos, consejos. Todos llegan enfrente de nosotros con una ventaja, con las revistas de turno del saber, con los “dejala”, “viví la vida”, “pensá en vos”, pero nadie se puede parar en el medio de esos días ciegos y descolocantes en los que tomar una decisión es saber que es para siempre.
Solemos ser fuertes hasta que el viento nos encierra en la casa, y el pronóstico recomienda no salir. Después, cada diálogo es una guerra sin cuidados, es sentirse poco querido. Es pensar en que estás buscando todos mis defectos durante cada segundo que pasa, y así, lo tierno, la lógica, lo inocente, se va perdiendo.
Un alma llena de ilusiones se pone fuerte a partir del primer “te amo” porque no espera jamás lo que puede llegar a venir. Pero el tiempo nos regala experiencia, está claro.
Y de tanto volver a buscarte, termino regalando pinceladas de buenos momentos por no atreverme a conocer nuevas tardes, nuevos enojos, nuevas carcajadas.
En esas cosas que sólo suceden en la vida, te encuentro en la parada, te agarro de la mano y salimos corriendo. Tardes a escondidas, para que tu vieja no nos vea y tu tío no sepa que andamos juntos. Nos recorremos los negocios, el almacén de la esquina, los chocolates… y las gotas en la frente, para frenar y matarnos a besos en el paredón de a la vuelta.
Dejé de pensar en esos besos forzados, en esa loca manía de saber que no sos para mi, y me di el espacio de saber valorar esas “no siestas” llenas de adrenalina.
Me bajo del tren y camino largas cuadras para no pagar el colectivo, y pensar en todo lo lindo que te voy a decir, en cómo actuar y saber disfrutar. Nos volvemos a encontrar, siendo chicos, recién comenzando, para quedarnos en esa plaza para siempre. Hasta saber que cuando sea de noche, las estrellas iluminarán cada espacio de la ciudad, y desde la ventana me pienses.
Pero de esa parte te olvidaste.
Dale, no seas tonta. Viví, date un momento más. Antes de lanzar con una flecha filosa esa crítica, apretame la mano y escapemos a esas tardes a escondidas.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Llorabas por él


Pido permiso en tu casa, me escondo entre el living y tu habitación. Flores en mano derecha, perfume en el cuello y flequillo levantado con gel. La ambiciosa alegría derramando lindos momentos en los días de calor.
Allí te encuentro. Mi sonrisa se perdió en el momento en que te vi llorando. Y la sorpresa de la flor, los chocolates en el bolsillo, el beso en tu frente, fue una frustrante idea que me dejó sin ganas de nada.
Llorabas por él nuevamente. Amabas las cosas que te hacían mal y yo luchaba por un amor al que nunca pertenecí. Pensé que podía ser distinto y que no necesitabas olvidar para volver a querer, pero ante eso, nada pude hacer. La bronca de llevarme una ilusión cada vez que me subía al auto y miraba tus ojos, me destruía por dentro.
Me detengo. Las escenas no iban encajando en mi vida. Ni los barquitos a orillas del mar, ni sentirme solo, ni volviendo a viejos amores... Las ganas de escribir me fueron llevando a encontrar destinos alternativos a los que siempre quise llegar. Empecé a entender que no tener miedo a fracasar era un nuevo empuje a intentarlo todo.
La llegada de algunas situaciones distintas y extrañas, me hicieron ver las cosas de otra forma. Me amigué con las sonrisas, las charlas, el café, el horrible sabor del té, la pilcha nueva, los abrazos, las indirectas y los mensajes.
Para todo aparecía una nueva musa que me dejaba con las manos mojadas del vértigo que conlleva el querer. Ante aquella encrucijada, me propongo enfocarme y no dejarla ir. Lo dudo, pero me dirijo a esos ojos nuevos, brillosos, sinceros… Recolecto sensaciones: cada tanto me lleno los labios diciendo que no te voy a mentir. Que te quiero, que te espero. Que cada cosa que comparto con vos es perfecta. Me lleno los labios contándote que nunca te voy a dejar de querer, que te voy a cuidar y que no quiero escuchar sobre tu pasado; y lo hago.
Seguías ahí llorando. Terrible. Volví al momento. Todas esas experiencias e ideas se me pasaron por la mente cual Déjà vu. Fuerte, decidí tomar una de las decisiones más difíciles. Tiré las flores, los chocolates y entré a su habitación. Mientras sus manos borraban lágrimas, le di un beso en la frente con una intensidad que jamás había pensado. Le dije que la quería, que la amaba, y que me perdonara. Yo ya no quería verla sufrir por otro, y ser parte de algo que no merecía ser. La flor en el suelo fue la imagen más triste.
Ambos entendimos el mismo dolor, pero lo guardamos en silencio. Mientras la flor se marchitaba, vos llorabas por él.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Amores prestados



Entre tantos mambos y noches solitarias, decidí pasar desapercibido entre las lagunas de mis textos, y sumarme por primera vez a la aventura de vivir el presente.
Las cosas no funcionaron a la perfección, pero tampoco fueron tan mal. Plasmé esas ideas idóneas en el libro de vivir, para remarla con cada parte tierna que comenzaba a salir de mi. Evitar algunos traspiés, o al menos no desmotivarme con ellos, me llevó a tener una lectura más madura de los días, de la vida, del amor y otras yerbas.
La impaciencia por encontrar eso que tanto buscaba jamás jugó en contra, aunque acariciarte para que mañana no estés, dolió.
La mecha queda apagada y humeando cuando uno da todo y esa otra parte genera una decepción. La ilusión de algunos pocos, los más inocentes, nos abraza todas las noches y nos da un plus durante el día. Esa ventaja que los fríos, frívolos y desmotivadotes jamás conocerán, porque el cerrar puertas no es más que caerse al vacío de la dependencia y de la prisión.
Amores prestados, novias de momento e ilusiones de antemano. Grandes señales talladas para no aferrarse a lo vivido…
Y lo dije una y mil veces: voy a cambiar, para estar mejor, para ser aún más, y no sentir tan fuerte aquello a lo que algunos llaman querer. No engancharse a las riendas de los deseos siempre fue la idea, por eso es que uno trata o aparenta, ser tan insípido. Pero en el fondo nunca sale. Porque esa persona que te regala una sonrisa, un te quiero sincero o una señal de importancia, te descoloca ante tantas prevenciones curtidas.
Y cuando todo está muy bien, nos chocamos con la realidad. La bendita realidad parecería prohibirle a la vida que todo se encuentre como lo deseamos. Y ella comienza con la histeria, yo con los rencores, y así porque sí, nos dejamos de querer.
El sentido de pertenencia (siempre erróneo), nos dejó pagando una vez más en la ventana. Ella, que dijo ser parte mía, y que dejó sin nada a aquel amor, decide retirarse con elegancia de la escena.
Amores prestados por un rato, porque el pasado fue de aquel, el presente fue mío, y el futuro…de otro, para después dejar todo vagando.
Mientras ando en el presente, ella presta sus amores de a ratos. Y sigo con mis mambos.

lunes, 6 de mayo de 2013

Cambios



Que la libertad sea una secuela de esa rigidez con la que a veces caminamos. Que los paisajes sean menos efímeros que los documentos de oficina. Y que las caricias se apoderen de los “idealistas”, sin “ideas”.
Es tiempo de cambios, a gusto y piaccere de cada uno, pero cambios al fin. Ya nos quedará tiempo para discutir si no la llamé las veces que lo necesitaba, o si descuidé una relación por el simple hecho de creerme maduro. Quedarán allá atrás, en ese galpón de despilfarros, las angustias sin sentido, y un fuerte resplandor con recuerdos atravesados. Intentaremos las veces necesarias ceder maniobras por impulso, ante un simple beso.
¿Cuántas piedras más me tengo que comer en la vida para aprender? No lo se, a menos que descubra las verdades universales. Pero con esos conceptos, no podré competir frente al resto, y una vida sin esas tensiones, es aburrida.
Levantemos los brazos sin cansancio. Un jueves o un lunes a la noche en soledad, no le hace mal a nadie. Siempre y cuando, nos apoderemos de nuestros pensamientos y no caigamos en las certezas de Freud.
Los vientos se llenan de esperanzas, y cuando dejamos de sostener aquella foto que nos hace tan mal, nos levantamos. Nos aprovechamos de los quehaceres, y salimos apurados al trabajo. Que el semáforo no nos condicione y que la música de los celulares no nos falle. Es tiempo de cambios, y quedarnos atado a las presiones y tristezas, no mejorará nada.
Cambio tu espalda, por una carcajada. Cambio tus ojos, por un viaje en el bondi. Tus mejillas por una cena con los viejos. Tu pelo, por mis raros peinados. Tus manos, por un abrazo de gol en una canchita. Tu cintura, por un paseo con los bajitos del preescolar. Tus piernas, por una desesperada corrida para llegar temprano a esa cita, y luego descansar. Tus pies, no, aún no los cambio. Muchas gracias, pero me quedo con los míos.
Tantas vueltas tiene el destino, que ya me cansé de aceptar cada una de mis respuestas.
Es tiempo de cambios.
Tu mirada por la mía, y así, en cada esquina, se entrelazarán aún más, para llegar bien lejos. Religiones, razas, cantitos y muchedumbre. Arribando a los lugares más místicos del planeta, con la zamba o un buen tango. Esos ojos que eran míos, y que después fueron tuyos, llegaron a olvidarse del caos de la ciudad, y convencieron a las musas a formar parte de mi vida. De una de ellas me enamoré, y nada dejé. No fueron grandes diferencias estructurales, sino necesarias, para seguir entendiendo que amar cuesta cambios, y cambiar es creer en uno. Tranquila, que el sol también brilla en tus ojos, y cuando cierres las cortinas de esa ventana, aceptarás que lo logré, con una risa cómplice.

lunes, 29 de abril de 2013

Maldito cartero



Cuarto día consecutivo y sigo sin abrir esa carta. Que raro, si en esta época Internet nos superó a todos y ya no nos tomamos el trabajo de agarrar un papel y escribir. Me mantengo al margen. Raro, muy raro que tu nombre aparezca como remitente. No quiero saber con que me puedo encontrar en el interior. No quiero saberlo. Me da miedo hacerme mal, me rehúso a ilusionarme.
Somos genios matemáticos, físicos del tiempo, analistas y estadísticos. Todo eso y mucho más en tan pocas horas. Tratando de descifrar los vaivenes de la vida. El porqué, el que se yo. Me resulta insólito tener que andar con esta pantomima de las adivinanzas. Saber que hubiese pasado si el cartero confundía la dirección y esto nunca llegaba. Maldito laburante y certero. Que el timbre no andaba, la numeración era incorrecta, no era para mi, sino para un vecino cercano, encantador y buen mozo. El código postal erróneo. No le di propina, se enojó y por eso no me dio el sobre. Había paro de empleados, era feriado nacional. Un perro le mordió los pantalones. Llovió.
Nada de esas cosas ocurrieron, y lo que no tenía que llegar (o al menos no quería), llegó. El código postal era el correcto, la dirección sin errores. Tenía mi nombre, bien detallado, sin faltas de ortografía ni tildes no correspondientes. Maldito cartero.
Quinto día y mi cabeza piensa mas que Einstein en una jornada filosófica de nueve a dieciocho, vaya a saber dónde. Que locura tengo, ya hablo estupideces. La carta sigue allí.
Sexto día. Ni siquiera se traspapeló, o se arrepintió al mandarla. El cajero no tenía cambio (vuelva más tarde). Maldito cartero.
Séptimo y último día. La espera terminó. Llegó la hora de destrozar mi corazón por completo. Para sanarlo habrá tiempo.
Destapé una birra italiana y abrí el sobre. Cuando vi su letra se me cruzaron un trillón de momentos, imágenes imprecisas de lo que había vivido con ella. En ninguna situación la odié, y cada tanto la hecho de menos. Su letra era clara, como siempre. Saber que sus manos tocaron el papel y el interés por volver a escribirme, confieso, me dieron cosquilleos en el estómago. Maldito sensible.
Llegó el momento más esperado. Siempre fui un miedoso a la hora de estas situaciones que prefiero sacármelas de encima. Desdoblé el papel y me congelé. “Te amo, tonto”, decía. Nada más que eso. Raro, extraño, inentendible. Años sin vernos y recibo terrible pavada. Que no dice nada, que dice mucho, que me hace mal, que nos imagino a los besos revolcados. Que iluso.
Algo no me cerraba de todo eso. La espera me jugó una mala pasada. El miedo al recibir la carta, los nervios y la bronca, me llevaron a archivar el sobre por una semana. Jamás me percaté que la fecha de envió era del 3 de Febrero de dos mil nueve. Aún más dolido, casi con lágrimas en los ojos y con mucho apuro, me dirigí hacia la central de correo. Pedí una explicación. La encargada me ofreció unas disculpas que jamás llegué a aceptar. ¿Error de cálculo? La carta nunca había salido desde su origen. La explicación consistía en que el sobre nunca enviado, fue encontrado entre otras cosas perdidas, y se cumplió con el pedido. Tarde, muy tarde. Tardísimo. Me retiré con un simple “OK”.
Octavo día: el chiste se basó en una simple cursilería de ella, que muy bien me hubiese hecho en aquel día de los enamorados. La sorpresa hubiese sido inmensa. La idea era muy buena. Lástima que nunca llegó.
Después de tanta amargura, sonreí tratando de no buscarle más sentidos a la cosa. Igual, esa carta, me devolvió momentos que jamás volví a vivir. Pero también duele.
Maldito correo, maldito sistema. Que no hay empresas serias, que a nadie le importa nada, que juegan siempre con la gente. O simple error de cálculo. Yo le asigné la culpa a uno sólo, el que menos tiene que ver en todo esto. Maldito cartero.