Te dejo crecer.
Me volvés a sonreír.
Te dejo pensar.
Me volvés a abofetear.
Reiteradas tardes de enojos, y abrazos esponjosos.
Si no nos matamos, no sirve. Y si nos disfrutamos, es aburrido.
Plasmemos todas nuestras ideas en estos papeles. Que crecer sea juntos, si total nunca miramos ese boceto.
Si nos volvemos a escribir, lo vamos a olvidar.
Si corremos de la mano, lo guardás para contar.
Existimos así: comunes y locos.
El Escritor Inconcluso
Por Leandro Sebastian
miércoles, 14 de enero de 2015
jueves, 22 de mayo de 2014
¿Por qué iba a decirle que no?
Me llevabas a esos campos oscuros. Adorabas la belleza de las estrellas, mientras yo pensaba en los problemas.
Todo se sentía perfecto de tu parte, pese a que costaba resistir esa barra de hierro imaginaria en mis brazos. Siempre escondida para que no las vieras.
Nunca me gustó mentir, pero debía sostener tu sonrisa a cualquier costo. Era, para mí, la columna vertebral de una historia que la vivía una sola parte.
Perdón por ser tan incoherente, solitario, frío, serio. Pero sin eso, no había manera de despertar tu ingenuidad, tus verdades, cariños, lágrimas y bondad.
- Amor, ¿te veo hoy?
- No
- ¡Dale!
¿Por qué iba a decirle que no?
miércoles, 30 de octubre de 2013
Tardes a escondidas
Besos forzados, mimos que no llegan. Vos y tu
carita, un mundo aparte. Imposible de entender y no querer. Caricias cotidianas
monopólicas, pero ante la espera no hay respuesta. Y así, se va haciendo cada
vez más difícil. Remar y remar en contra de esa corriente de agua salada, nada
dulce.
Críticas, pedidos, consejos. Todos llegan
enfrente de nosotros con una ventaja, con las revistas de turno del saber, con
los “dejala”, “viví la vida”, “pensá en vos”, pero nadie se puede parar en el
medio de esos días ciegos y descolocantes en los que tomar una decisión es
saber que es para siempre.
Solemos ser fuertes hasta que el viento nos
encierra en la casa, y el pronóstico recomienda no salir. Después, cada diálogo
es una guerra sin cuidados, es sentirse poco querido. Es pensar en que estás
buscando todos mis defectos durante cada segundo que pasa, y así, lo tierno, la
lógica, lo inocente, se va perdiendo.
Un alma llena de ilusiones se pone fuerte a
partir del primer “te amo” porque no espera jamás lo que puede llegar a venir.
Pero el tiempo nos regala experiencia, está claro.
Y de tanto volver a buscarte, termino regalando
pinceladas de buenos momentos por no atreverme a conocer nuevas tardes, nuevos
enojos, nuevas carcajadas.
En esas cosas que sólo suceden en la vida, te
encuentro en la parada, te agarro de la mano y salimos corriendo. Tardes a
escondidas, para que tu vieja no nos vea y tu tío no sepa que andamos juntos.
Nos recorremos los negocios, el almacén de la esquina, los chocolates… y las gotas
en la frente, para frenar y matarnos a besos en el paredón de a la vuelta.
Dejé de pensar en esos besos forzados, en esa
loca manía de saber que no sos para mi, y me di el espacio de saber valorar esas
“no siestas” llenas de adrenalina.
Me bajo del tren y camino largas cuadras para
no pagar el colectivo, y pensar en todo lo lindo que te voy a decir, en cómo
actuar y saber disfrutar. Nos volvemos a encontrar, siendo chicos, recién
comenzando, para quedarnos en esa plaza para siempre. Hasta saber que cuando
sea de noche, las estrellas iluminarán cada espacio de la ciudad, y desde la
ventana me pienses.
Pero de esa parte te olvidaste.
Dale, no seas tonta. Viví, date un momento más.
Antes de lanzar con una flecha filosa esa crítica, apretame la mano y escapemos
a esas tardes a escondidas.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Llorabas por él
Pido permiso en tu casa, me escondo entre el living y tu habitación.
Flores en mano derecha, perfume en el cuello y flequillo levantado
con gel. La ambiciosa alegría derramando lindos momentos en los días
de calor.
Allí te encuentro. Mi sonrisa se perdió en el momento en que te vi llorando. Y la sorpresa de la flor, los chocolates en el bolsillo, el beso en tu frente, fue una frustrante idea que me dejó sin ganas de nada.
Llorabas por él nuevamente. Amabas las cosas que te hacían mal y yo luchaba por un amor al que nunca pertenecí. Pensé que podía ser distinto y que no necesitabas olvidar para volver a querer, pero ante eso, nada pude hacer. La bronca de llevarme una ilusión cada vez que me subía al auto y miraba tus ojos, me destruía por dentro.
Me detengo. Las escenas no iban encajando en mi vida. Ni los barquitos a orillas del mar, ni sentirme solo, ni volviendo a viejos amores... Las ganas de escribir me fueron llevando a encontrar destinos alternativos a los que siempre quise llegar. Empecé a entender que no tener miedo a fracasar era un nuevo empuje a intentarlo todo.
La llegada de algunas situaciones distintas y extrañas, me hicieron ver las cosas de otra forma. Me amigué con las sonrisas, las charlas, el café, el horrible sabor del té, la pilcha nueva, los abrazos, las indirectas y los mensajes.
Para todo aparecía una nueva musa que me dejaba con las manos mojadas del vértigo que conlleva el querer. Ante aquella encrucijada, me propongo enfocarme y no dejarla ir. Lo dudo, pero me dirijo a esos ojos nuevos, brillosos, sinceros… Recolecto sensaciones: cada tanto me lleno los labios diciendo que no te voy a mentir. Que te quiero, que te espero. Que cada cosa que comparto con vos es perfecta. Me lleno los labios contándote que nunca te voy a dejar de querer, que te voy a cuidar y que no quiero escuchar sobre tu pasado; y lo hago.
Seguías ahí llorando. Terrible. Volví al momento. Todas esas experiencias e ideas se me pasaron por la mente cual Déjà vu. Fuerte, decidí tomar una de las decisiones más difíciles. Tiré las flores, los chocolates y entré a su habitación. Mientras sus manos borraban lágrimas, le di un beso en la frente con una intensidad que jamás había pensado. Le dije que la quería, que la amaba, y que me perdonara. Yo ya no quería verla sufrir por otro, y ser parte de algo que no merecía ser. La flor en el suelo fue la imagen más triste.
Ambos entendimos el mismo dolor, pero lo guardamos en silencio. Mientras la flor se marchitaba, vos llorabas por él.
Allí te encuentro. Mi sonrisa se perdió en el momento en que te vi llorando. Y la sorpresa de la flor, los chocolates en el bolsillo, el beso en tu frente, fue una frustrante idea que me dejó sin ganas de nada.
Llorabas por él nuevamente. Amabas las cosas que te hacían mal y yo luchaba por un amor al que nunca pertenecí. Pensé que podía ser distinto y que no necesitabas olvidar para volver a querer, pero ante eso, nada pude hacer. La bronca de llevarme una ilusión cada vez que me subía al auto y miraba tus ojos, me destruía por dentro.
Me detengo. Las escenas no iban encajando en mi vida. Ni los barquitos a orillas del mar, ni sentirme solo, ni volviendo a viejos amores... Las ganas de escribir me fueron llevando a encontrar destinos alternativos a los que siempre quise llegar. Empecé a entender que no tener miedo a fracasar era un nuevo empuje a intentarlo todo.
La llegada de algunas situaciones distintas y extrañas, me hicieron ver las cosas de otra forma. Me amigué con las sonrisas, las charlas, el café, el horrible sabor del té, la pilcha nueva, los abrazos, las indirectas y los mensajes.
Para todo aparecía una nueva musa que me dejaba con las manos mojadas del vértigo que conlleva el querer. Ante aquella encrucijada, me propongo enfocarme y no dejarla ir. Lo dudo, pero me dirijo a esos ojos nuevos, brillosos, sinceros… Recolecto sensaciones: cada tanto me lleno los labios diciendo que no te voy a mentir. Que te quiero, que te espero. Que cada cosa que comparto con vos es perfecta. Me lleno los labios contándote que nunca te voy a dejar de querer, que te voy a cuidar y que no quiero escuchar sobre tu pasado; y lo hago.
Seguías ahí llorando. Terrible. Volví al momento. Todas esas experiencias e ideas se me pasaron por la mente cual Déjà vu. Fuerte, decidí tomar una de las decisiones más difíciles. Tiré las flores, los chocolates y entré a su habitación. Mientras sus manos borraban lágrimas, le di un beso en la frente con una intensidad que jamás había pensado. Le dije que la quería, que la amaba, y que me perdonara. Yo ya no quería verla sufrir por otro, y ser parte de algo que no merecía ser. La flor en el suelo fue la imagen más triste.
Ambos entendimos el mismo dolor, pero lo guardamos en silencio. Mientras la flor se marchitaba, vos llorabas por él.
miércoles, 16 de octubre de 2013
Amores prestados
Entre tantos mambos y noches solitarias, decidí
pasar desapercibido entre las lagunas de mis textos, y sumarme por primera vez
a la aventura de vivir el presente.
Las cosas no funcionaron a la perfección, pero
tampoco fueron tan mal. Plasmé esas ideas idóneas en el libro de vivir, para
remarla con cada parte tierna que comenzaba a salir de mi. Evitar algunos
traspiés, o al menos no desmotivarme con ellos, me llevó a tener una lectura
más madura de los días, de la vida, del amor y otras yerbas.
La impaciencia por encontrar eso que tanto
buscaba jamás jugó en contra, aunque acariciarte para que mañana no estés, dolió.
La mecha queda apagada y humeando cuando uno da
todo y esa otra parte genera una decepción. La ilusión de algunos pocos, los más
inocentes, nos abraza todas las noches y nos da un plus durante el día. Esa
ventaja que los fríos, frívolos y desmotivadotes jamás conocerán, porque el
cerrar puertas no es más que caerse al vacío de la dependencia y de la prisión.
Amores prestados, novias de momento e ilusiones
de antemano. Grandes señales talladas para no aferrarse a lo vivido…
Y lo dije una y mil veces: voy a cambiar, para
estar mejor, para ser aún más, y no sentir tan fuerte aquello a lo que algunos
llaman querer. No engancharse a las riendas de los deseos siempre fue la idea,
por eso es que uno trata o aparenta, ser tan insípido. Pero en el fondo nunca
sale. Porque esa persona que te regala una sonrisa, un te quiero sincero o una
señal de importancia, te descoloca ante tantas prevenciones curtidas.
Y cuando todo está muy bien, nos chocamos con
la realidad. La bendita realidad parecería prohibirle a la vida que todo se
encuentre como lo deseamos. Y ella comienza con la histeria, yo con los
rencores, y así porque sí, nos dejamos de querer.
El sentido de pertenencia (siempre erróneo),
nos dejó pagando una vez más en la ventana. Ella, que dijo ser parte mía, y que
dejó sin nada a aquel amor, decide retirarse con elegancia de la escena.
Amores prestados por un rato, porque el pasado
fue de aquel, el presente fue mío, y el futuro…de otro, para después dejar todo vagando.
Mientras ando en el presente, ella presta sus
amores de a ratos. Y sigo con mis mambos.
lunes, 6 de mayo de 2013
Cambios
Que la libertad sea una secuela de esa rigidez
con la que a veces caminamos. Que los paisajes sean menos efímeros que los
documentos de oficina. Y que las caricias se apoderen de los “idealistas”, sin
“ideas”.
Es tiempo de cambios, a gusto y piaccere de
cada uno, pero cambios al fin. Ya nos quedará tiempo para discutir si no la
llamé las veces que lo necesitaba, o si descuidé una relación por el simple
hecho de creerme maduro. Quedarán allá atrás, en ese galpón de despilfarros, las
angustias sin sentido, y un fuerte resplandor con recuerdos atravesados.
Intentaremos las veces necesarias ceder maniobras por impulso, ante un simple
beso.
¿Cuántas piedras más me tengo que comer en la
vida para aprender? No lo se, a menos que descubra las verdades universales.
Pero con esos conceptos, no podré competir frente al resto, y una vida sin esas
tensiones, es aburrida.
Levantemos los brazos sin cansancio. Un jueves
o un lunes a la noche en soledad, no le hace mal a nadie. Siempre y cuando, nos
apoderemos de nuestros pensamientos y no caigamos en las certezas de Freud.
Los vientos se llenan de esperanzas, y cuando
dejamos de sostener aquella foto que nos hace tan mal, nos levantamos. Nos
aprovechamos de los quehaceres, y salimos apurados al trabajo. Que el semáforo
no nos condicione y que la música de los celulares no nos falle. Es tiempo de
cambios, y quedarnos atado a las presiones y tristezas, no mejorará nada.
Cambio tu espalda, por una carcajada. Cambio
tus ojos, por un viaje en el bondi. Tus mejillas por una cena con los viejos.
Tu pelo, por mis raros peinados. Tus manos, por un abrazo de gol en una
canchita. Tu cintura, por un paseo con los bajitos del preescolar. Tus piernas,
por una desesperada corrida para llegar temprano a esa cita, y luego descansar.
Tus pies, no, aún no los cambio. Muchas gracias, pero me quedo con los míos.
Tantas vueltas tiene el destino, que ya me
cansé de aceptar cada una de mis respuestas.
Es tiempo de cambios.
Tu mirada por la mía, y así, en cada esquina,
se entrelazarán aún más, para llegar bien lejos. Religiones, razas, cantitos y
muchedumbre. Arribando a los lugares más místicos del planeta, con la zamba o
un buen tango. Esos ojos que eran míos, y que después fueron tuyos, llegaron a
olvidarse del caos de la ciudad, y convencieron a las musas a formar parte de
mi vida. De una de ellas me enamoré, y nada dejé. No fueron grandes diferencias
estructurales, sino necesarias, para seguir entendiendo que amar cuesta
cambios, y cambiar es creer en uno. Tranquila, que el sol también brilla en tus
ojos, y cuando cierres las cortinas de esa ventana, aceptarás que lo logré, con
una risa cómplice.
lunes, 29 de abril de 2013
Maldito cartero
Cuarto día consecutivo y sigo sin abrir esa
carta. Que raro, si en esta época Internet nos superó a todos y ya no nos
tomamos el trabajo de agarrar un papel y escribir. Me mantengo al margen. Raro,
muy raro que tu nombre aparezca como remitente. No quiero saber con que me
puedo encontrar en el interior. No quiero saberlo. Me da miedo hacerme mal, me
rehúso a ilusionarme.
Somos genios matemáticos, físicos del tiempo,
analistas y estadísticos. Todo eso y mucho más en tan pocas horas. Tratando de
descifrar los vaivenes de la vida. El porqué, el que se yo. Me resulta insólito
tener que andar con esta pantomima de las adivinanzas. Saber que hubiese pasado
si el cartero confundía la dirección y esto nunca llegaba. Maldito laburante y
certero. Que el timbre no andaba, la numeración era incorrecta, no era para mi,
sino para un vecino cercano, encantador y buen mozo. El código postal erróneo.
No le di propina, se enojó y por eso no me dio el sobre. Había paro de empleados,
era feriado nacional. Un perro le mordió los pantalones. Llovió.
Nada de esas cosas ocurrieron, y lo que no
tenía que llegar (o al menos no quería), llegó. El código postal era el
correcto, la dirección sin errores. Tenía mi nombre, bien detallado, sin faltas
de ortografía ni tildes no correspondientes. Maldito cartero.
Quinto día y mi cabeza piensa mas que Einstein
en una jornada filosófica de nueve a dieciocho, vaya a saber dónde. Que locura
tengo, ya hablo estupideces. La carta sigue allí.
Sexto día. Ni siquiera se traspapeló, o se
arrepintió al mandarla. El cajero no tenía cambio (vuelva más tarde). Maldito
cartero.
Séptimo y último día. La espera terminó. Llegó
la hora de destrozar mi corazón por completo. Para sanarlo habrá tiempo.
Destapé una birra italiana y abrí el sobre. Cuando
vi su letra se me cruzaron un trillón de momentos, imágenes imprecisas de lo
que había vivido con ella. En ninguna situación la odié, y cada tanto la hecho
de menos. Su letra era clara, como siempre. Saber que sus manos tocaron el
papel y el interés por volver a escribirme, confieso, me dieron cosquilleos en
el estómago. Maldito sensible.
Llegó el momento más esperado. Siempre fui un
miedoso a la hora de estas situaciones que prefiero sacármelas de encima.
Desdoblé el papel y me congelé. “Te amo, tonto”, decía. Nada más que eso. Raro,
extraño, inentendible. Años sin vernos y recibo terrible pavada. Que no dice
nada, que dice mucho, que me hace mal, que nos imagino a los besos revolcados.
Que iluso.
Algo no me cerraba de todo eso. La espera me
jugó una mala pasada. El miedo al recibir la carta, los nervios y la bronca, me
llevaron a archivar el sobre por una semana. Jamás me percaté que la fecha de
envió era del 3 de Febrero de dos mil nueve. Aún más dolido, casi con lágrimas
en los ojos y con mucho apuro, me dirigí hacia la central de correo. Pedí una
explicación. La encargada me ofreció unas disculpas que jamás llegué a aceptar.
¿Error de cálculo? La carta nunca había salido desde su origen. La explicación
consistía en que el sobre nunca enviado, fue encontrado entre otras cosas
perdidas, y se cumplió con el pedido. Tarde, muy tarde. Tardísimo. Me retiré
con un simple “OK”.
Octavo día: el chiste se basó en una simple
cursilería de ella, que muy bien me hubiese hecho en aquel día de los
enamorados. La sorpresa hubiese sido inmensa. La idea era muy buena. Lástima
que nunca llegó.
Después de tanta amargura, sonreí tratando de
no buscarle más sentidos a la cosa. Igual, esa carta, me devolvió momentos que
jamás volví a vivir. Pero también duele.
Maldito correo, maldito sistema. Que no hay
empresas serias, que a nadie le importa nada, que juegan siempre con la gente.
O simple error de cálculo. Yo le asigné la culpa a uno sólo, el que menos tiene
que ver en todo esto. Maldito cartero.
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